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  • 08 OCT 2025, Actualizado 05:53

Herejía y paganismo, la sombra oculta que desafía al dogma

La represión no solo fue religiosa, también fue política. Cada rito local que escapaba al control del clero era visto como un foco de disidencia.

Fire festival

Fire festival / Miguel Sotomayor

El nacimiento

La herejía como concepto fue una efectiva herramienta con la que el poder eclesiástico se encargó de etiquetar cualquier desviación del dogma.

El cristianismo tardío se enfrentaba a un mundo saturado de creencias paganas, cultos locales y amuletos, invocaciones y ritos agrícolas. Para las jerarquías de Roma, ya no eran inofensivas supersticiones de campo, sino competencia espiritual. Y antes como ahora, a la competencia se le aniquila.

En el inicio, se le llamaba pagano al provinciano, término utilizado para designar a quienes vivían fuera de las ciudades. Luego se volvió el insulto favorito del oficialismo. Poco importaba entonces la astrología, la adivinación o aquellos festivales ligados a la cosecha. Aquella palabra se reducía a una sola cosa, la traición.

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Paganismo bajo asedio

Ya con Constantino se abría paso al cristianismo como la única fe verdadera de occidente; aunque de forma no escrita, sino práctica, el dogma se viralizaba entre las sociedades medias y bajas de la época. Luego, llegó Teodosio y la impuso como religión oficial hacia el siglo IV.

Los templos paganos fueron cerrados, los sacrificios prohibidos y las antiguas formas ritualísticas, marginadas, o consagradas, indirectamente, al demonio. La represión no solo fue religiosa, también fue política. Cada rito local que escapaba al control del clero era visto como un foco de disidencia.

Pero esta historia tiene un corolario. El bajo bajo mundo recibió las creencias populares, las abrazó y aseguró su supervivencia en la clandestinidad, potenciando su mística y llevando a otro nivel cada acto ceremonial. Amuletos escondidos debajo de las ropas cristianas. Conjuros disfrazados de oraciones. Fiestas agrícolas bautizadas con nombres de santos. Sin saberlo, se construía el más autentico sincretismo que el mundo hubo conocido. El paganismo nunca se fue, se replegó en las grietas del inframundo.

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Herejía, un golpe al sistema

No todas las disidencias fueron rústicas. Hubieron movimientos organizados que sacudieron el corazón mismo del poder eclesiástico:

  • Los bogomilos y cátaros con su visión dualista del mundo: un universo dividido entre luz y tinieblas, rechazando el control clerical.
  • Los paulicianos, que negaban la autoridad de Roma y predicaban un retorno a la pureza espiritual.
  • Los herejes de Orléans (1022), clérigos cultos que cuestionaron sacramentos y fueron ejecutados públicamente.

Para la Iglesia, no era solo rebeldía doctrinal, era desafío político. La Inquisición nació de esa necesidad de control. Manuales como el Directorium Inquisitorum definieron cómo oler la disidencia, cómo clasificarla y cómo erradicarla con precisión.

Magia y misticismo, el enemigo

La persecución no se limitó a sectas. La sospecha se extendió. Todo aquel que practicara magia, o buscara una experiencia de lo sagrado, sería cruelmente castigado por la ley de los hombres, a la que ellos, astutamente, llamaban ‘En el Nombre de Dios’.

  • La magia popular, hecha de hierbas, talismanes y rituales campesinos, fue tratada como superstición infestada de paganismo.
  • La alta magia, practicada por élites cultas, usaba astrología, alquimia y grimorios. La Iglesia la consideraba más peligrosa aún, porque se atrevía a manipular lo divino desde el intelecto.

Místicos como Marguerite Porete o Meister Eckhart caminaron esa delgada línea entre revelación y condena. Porete fue quemada; Eckhart, interrogado. Su único crimen: intentar tocar lo divino por sí mismos.

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El pánico, el mensaje, el arma

En 1487, con el Malleus Maleficarum el régimen ordenó el caos. Toda desviación quedó codificada. Las brujas ya no eran aquellas campesinas desesperadas, ni mujeres con conocimientos de plantas. Para el clero, todas ellas, con todo y sus atributos mágicos y conocimientos, eran lo mismo y a la iglesia le daba igual. A los ojos religiosos, no eran más que agentes del demonio. Lo que vino después fue una persecución atroz, cazas masivas, torturas, confesiones forzadas y ejecuciones públicas.

La herejía ya no solo era una desviación, ahora era un espectáculo a la vista de todo aquel que quisiera presenciar con sádico regocijo, los mecanismos de muerte y tortura. Un dispositivo de control social imbuido en terror ritualizado. Los cuerpos ardían en las plazas. El mensaje se había enviado con eficacia desde la iglesia, instalándose así en el miedo colectivo. Nadie desafía el monopolio de lo sagrado y sale vivo. La idea, no por espantosa ha sido desfasada, sigue vigente aún en nuestros días. Qué duda cabe.

Paganismo soterrado

Y sin embargo, lo prohibido busca sobrevivir. Ritos ancestrales engañaron a la iglesia disfrazados de fiestas cristianas. El lobo viste de oveja. Las fórmulas mágicas se hicieron pasar por rezos. Plegarias atendidas en una u otra forma. Todo ese conocimiento abrevado por siglos se transmitió por medio de la tradición oral y escrita, pero esta vez en la forma de susurros, grimorios ocultos y símbolos. El inframundo y aquello que esconde. El bajo mundo como refugio para todo eso que el dogma quiere aniquilar.

Rasgo demoniaco,  aquello que no se puede domesticar. Cadenas de miles, la fascinación por lo prohibido. Las llamas de la hoguera no desaparecieron la herejía, la volvieron aún más peligrosa.

La historia de la herejía y el paganismo no es solo crónica de represión. También es mapa y conflicto. Confrontación entre autoridad y disidencia. Un plantar cara al sistema, que no salirse de él, no así cuestionarlo.  

Priestess Miriam Holding Snake / Bob Krist

 

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