Conductas autodestructivas: cuando el cerebro se convierte en su propio enemigo
Las conductas autodestructivas no son cuestión de falta de voluntad, sino el resultado de un conflicto entre las emociones y la razón dentro del cerebro humano.

Conductas autodestructivas: cuando el cerebro se convierte en su propio enemigo / EyeEm Mobile GmbH
El cerebro y su paradoja: cómo buscamos dañarnos para sobrevivir
Aunque el ser humano está diseñado para sobrevivir, el mismo cerebro que impulsa la ciencia, el arte y el progreso también puede empujarnos a sabotear nuestra propia vida.
Comer en exceso, regresar con una pareja dañina o procrastinar hasta el límite son ejemplos comunes de autodestrucción emocional.

El cerebro que impulsa la ciencia, el arte y el progreso también puede empujarnos a sabotear nuestra propia vida. / Makhbubakhon Ismatova
El conflicto interno: emoción contra razón
Dentro del cerebro ocurre una batalla constante entre el sistema límbico, encargado de las emociones y el placer, y la corteza prefrontal, responsable del juicio y la planificación.
Cuando el estrés o la tristeza dominan, el sistema límbico toma el control, lo que lleva a acciones impulsivas.
Estudios de neuroimagen muestran que estas conductas activan las mismas áreas cerebrales que el placer —el núcleo accumbens y el área tegmental ventral—, generando una descarga de dopamina. Así, el cerebro asocia la acción dañina con una recompensa inmediata, reforzando el patrón.

Emoción contra razón es la fase que puede llevar al consumo de sustancias no benéficas, que generan otras reacciones químicas en las personas. / Sirisak Boakaew
Del placer al castigo: el papel del trauma
No todas las conductas autodestructivas buscan placer. En muchas personas, señala León, la raíz es el castigo.
Quienes cargan con culpa, vergüenza o traumas pasados pueden repetir el dolor como una forma inconsciente de controlarlo. Es lo que la psicología llama repetición traumática: revivir lo conocido antes que enfrentar lo incierto.
Neuroquímica del autosabotaje
A nivel biológico, el autosabotaje activa sustancias como dopamina, adrenalina y cortisol, generando una mezcla adictiva de excitación y alivio.
Incluso la disonancia cognitiva —la tensión entre lo que sabemos que debemos hacer y lo que realmente hacemos— impulsa al cerebro a justificarse: “solo esta vez”, “me lo merezco”, “ya mañana cambio”.
Así, el ciclo se repite: placer momentáneo primero, consecuencias después.



